lunes, 14 de marzo de 2016

LAS AVENTURAS DE ALFRED

Artículo realizado por Frog2000 para el facebook de Gotham Central. 

¡Ay, Alfred! ¡Cuán atareado has estado siempre! Si no tienes que sentarte a zurcir los calcetines del señorito, has de bajar a la Cueva para limpiar el polvo del penique gigante conmemorativo de la pelea del amo con Jon Coyne, eso por no hablar del resto de innumerables cometidos (activar las defensas láser y automáticas de la Mansión Wayne, comprobar el aceite de la colección de Bat-Coches, dar apoyo moral y psicológico a los “sidekicks” del mandamás, revisar la ocupada agenda de Bruce para desviar la mayoría de citas hasta otro día en el que esté menos ocupado, cocinar nutritiva comida que reponga las fuerzas y heridas físicas y anímicas del patrón...), que hacen que los días pasen como una exhalación.

Sólo alguien tan entrenado en el noble arte del agasajo podría estar al día con tantas tareas por delante. Y ese alguien, aparte de Jarvis (de la no-tan-Distinguida Competencia) eres tú. Contratado directamente por los padres de Wayne después de hacer un curioso trato con la Familia Real Británica, cuando Martha y Thomas fueron asesinados tu dignidad y tu orgullo no te dejaron más salida que convertirte en el valet de su hijo. ¡Qué digo, valet, si tú eres un super-mayordomo! Y eso que ibas para actor de método y podrías haber encandilado a toda la pérfida Albión interpretando sagazmente a Enrique VI o a Robin Goodfellow en “El Sueño de una Noche de Verano”. Pero en su lugar preferiste ayudar al pobre huérfano a restañar sus heridas psicológicas y seguir viviendo, pero también lo apoyaste en su ominosa cruzada. Sin saber muy bien cómo o por qué, alguien con una educación tan exquisita como la tuya cedió y secundó al joven Vengador en todo lo que éste se había propuesto hacer, y lo que había decidido era acabar con el mal allí donde surgiera haciendo uso de sus habilidades detectivescas, pero sobre todo utilizando la violencia. ¿Qué fue lo que te llevó a reforzar dicha idea, e incluso a ampliarla acogiendo también bajo tu ancha ala a los pupilos con los que el señor se fue tropezando según crecía y evolucionaba en su empeño? ¿Quizá fuese el hecho de que de esa forma serías el único responsable de toda una tribu de super-campeones que te haría olvidar lo solo que te sentías en ese megalómano caserón a las afueras de Gotham? ¿O más bien lo que ocurrió fue que, al igual que sucede con todos esos imberbes que viven allí y que todas las noches se lanzan alegremente al vacío con el fin de buscar justicia, pero sobre todo pasárselo en grande, tú también has sido contaminado con el virus que convierte a algunos en seres que se creen que están por encima del bien y del mal?

No nos pongamos tan serios, porque los actos provocados por toda esa bat-estirpe han sido más beneficiosos que otra cosa, a pesar de que reputados psicólogos y sociólogos mantengan que si no existiesen héroes que sirviesen de irritante modelo, los villanos, su némesis y antítesis, nunca se habrían convertido en amenazas sociales super-poderosas y se habrían limitado a atracar de vez en cuando una gasolinera o a dar un tirón de bolso, actos poco megalomaníacos con los que no tendrían nada que demostrar y que cualquier policía eficiente podría haber detenido. Pero no. Ahí tenemos los saltos y cabriolas embutidos en pijamas de kevlar a lo largo de la ciudad, las masacres un día sí y otro también, con los residentes de la metrópoli asediados por los cruentos juegos de Edward Nigma, a la espera de que Batman desbarate su plan y le suministre su deseada paliza. Y tú les ayudas a todos ellos, a Robin, a Grayson y a Bárbara, desde esa super-oficina en la que se ha convertido la Cueva, controlando por control remoto cada uno de los pasos de tus héroes, analizando velozmente cualquier rastro de envenenamiento en los depósitos de agua de la urbe, revisando cámaras en busca de la imagen fugaz que resuelva el puzzle asesino, coordinando cada paso de los encapuchados, jugando al mismo vídeo-juego al que jugaba Ender contra los Insectores. 

Poco tiempo, apenas horas, te deja tu obsesiva cruzada, que también es personal, para tomarte un martini con tu segundo amor, la compasiva Leslie Thompkins. Con ella te puedes permitir ser dulce y dejar a un lado ese sarcasmo que azuza y apuntala las acciones de Batman, esa mala leche repleta de compostura inglesa que provoca y pincha al murciélago para que siempre triunfe en su misión, y que también espolea al resto de habitantes de tu mansión para que regresen a su habitación o a la sala de curas sin haber muerto ni una sola vez, con el deber cumplido. Sabiendo siempre que serán arropados con tu frío amor y determinación, y sobre todo, con la férrea protección que les brindas desde las sombras. ¡Que Dios, o Belcebú, se apiade de aquel que se propase con tu ejército! Porque pocos, muy pocos, quizá solo el Joker, saben bien quién es aquí el verdadero jerifalte supremo de la familia Batman.

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